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Fue la última de Pedro.
Cuando entramos en una de las bodegas de Pinoso cruzó el umbral con pasitos cortos, en actitud humilde, casi vergonzante; al dirigirse a la dependienta primero le aclaró que éramos legos de una orden mendicante y que nos habían dado el día de descanso, pero incluso en el asueto lo nuestro era la oración. Tras una pausa de recogimiento, preguntó muy discretamente a la dependienta, joven y guapetona ella, si era soltera a lo que ésta contestó con un gest0 negativo:
-mire ahí está mi marido-. Pedro, se queda mirando al marido que ya venía hacia nosotros y le dice, "oiga, sabe que tiene una mujer muy guapa" y, antes de que éste le diera las gracias, le dice, "se la cambio por la mía".
Siempre nos metíamos con él por sus barbaridades en la comida y disfrutábamos con sus animaladas. Era el más simpático, y si fallaba algún día lo echábamos en falta más que a nadie. Él, ahora, se reirá de nosotros desde allí arriba y seguro que dirá algo así, más o menos, "anda, joderos vosotros, aguantar la crisis y al mamón ese que dice que es de antipatriotas llamarla así, etc., etc, yo sí que estoy bien aquí, ni frío ni calor, sin crisis y comiendo lo que me da la gana". NOS ACORDAREMOS SIEMPRE DE PEDRO.
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